jueves, 14 de octubre de 2010

La droga y el cine (II): De William H. Hays y una diva seductora

"¿Llevas una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?", provocaba la irreverente Mae West en She done him wrong (Lowell Shermann, 1933), el título que lanzaría a la fama a este icono de la estética pin-up en su papel de Lady Lou.
En 1934 el código Hays culminaba las aspiraciones de los sectores más puritanos de la sociedad estadounidense que, alarmados por la explosión popular que experimentaba el nuevo arte, radicalizaron la censura audiovisual para evitar ofensas como la propuesta por la señorita Mary Jane West.

Si bien en pleno Siglo XXI el reto se desprende de responder al lance que plantean películas como la remota El beso (1896), El nacimiento de una nación, de David W. Griffith (mal ejemplo: este título de 1915 sigue sembrando sus dudas morales); o el Nosferatu de F.W. Murnau (acusada de perversa y aterradora en 1922); en la tercera década del siglo éstos fueron algunos de las cintas que argumentaron los creadores del código en su legítima defensa por los valores del American Way of Life.

Así nació el sistema restrictivo que tomó el nombre de su escritor, William H. Hays, uno de los líderes del partido republicano y miembro destacado de la MPAA (Motion Picture Association of America). Hasta ser sustituido en 1967 por la estructura de clasificación por edades de la asociación, el código Hays impuso una opresión censora que se manifestaba en todas los ámbitos sospechosos de atentar contra la ética norteamericana. Ésta se materializa en la producción del guión (prohibida mención a Jodido; Jodedor, Caliente (referido a una mujer); Virgen; Puta: Mariquita; Cornudo; Hijo de puta;Metido; Chistes de W.C.: Historietas de viajantes de comercio y de hijas de granjeros; Condenado;Infierno) o en la proyección visual (El tráfico clandestino de drogas y uso de éstas no serán mostrados, en ningún film).

Uno de los grandes opositores al sistema fue Otto Premiger que, en 1955, estrenó El hombre del brazo de oro, un retrato cruel acerca de un ex-convicto que debe luchar por incorporarse a una sociedad que rechaza su adicción. Frank Sinatra fue el encargado de representar a Frankie Machine, el personaje creado por Nelson Algren en su novela de título homónimo. La voz protagonizó la primera escena comercial que mostraba explícitamente al adicto consumiendo heroína.

Es precisamente éste último aspecto el que reconduce la línea del reportaje. Estas pinceladas históricas nos ayudan a comprender el contexto opresivo que "experimentaba" el cine en todas su facetas y, especialmente, razona qué la exportación de cine europeo hacia los grandes estudios norteamericanos se extinguiera durante prácticamente treinta años. Cualquier amenaza al estilo hollywoodiense que América deseaba imponer en el séptimo arte era eliminado de raíz.

Cuando analizamos la conexión entre el cine y la expresión popular de la droga y sus consumidores, advertimos que su estudio "libre" no comienza hasta mediados de la década de los sesenta. A partir de 1967 podemos empezar a hablar de la llamada "cultura de la droga", que profundiza en las relaciones sociales con los fármacos y principios activos, impulsados por una generación cuya obcecación por romper con los tabúes impuestos en las décadas precedentes la llevaría al extremo opuesto y a consecuencias impredecibles.


José Ignacio Nogueira García