Carl Honoré protagonizó uno de los discursos más divertidos del congreso, aunque también el menos acorde a las exaltadas perspectivas de futuro que pretendía vender su organización. El movimiento slow no va a cambiar un mundo acelerado que mide el valor de sus días a partir de ecuaciones sobre productividad. "Cuando le dije a mis amigos que iba a España a dar una conferencia me dijeron: ¡Te lo vas a pasar genial, España es el país más lento de Europa!" comentó el periodista canadienses para dar pie a una ponencia informal, cargada de anécdotas personales y chascarrillos con el público. "Yo soy un adicto a la velocidad rehabilitado" desveló Honoré, "yo volví a reconectar con mi tortuga interior". Tal y cómo demostró una de las preguntas realizadas por el público ("¿cómo le explico a mi jefe que deberíamos aplicar la filosofía slow a la empresa?"), esta corriente que enardece la positividad de una existencia más sosegada, está plagada de tintes utópicos que le restan credibilidad pero constituye una voz paralela de esta sociedad enchufada 24 horas al día, 7 días a la semana y 365 al año.
Entre tantas mentes brillantes e ideas geniales, Allan Pease, autor del celebrado ¿Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas? quiso dar una lección de humanidad a los presentes. Es cierto que no se arrojo especialmente a la apología de las diferencias entre sexos. No. Sentó catedrá hablando sobre la comunicación no verbal y las reacciones humanas. Durante 21 minutos nos convenció de que la risa es leída por nuestro cerebro de forma independiente al resto de expresiones, que los mentirosos se tocan la nariz y advirtió que "cuidado, a las mujeres no se les cazan tanto los engaños: reflejan menos corporalmente sus sensaciones".
Resultó desacertada la estructura de este bloque por parte de la dirección (titulado ¿por qué somos como somos?). Jody Williams no vino a desmembrar un texto fácil. Cabe matizar que, más que una conferencia, la Premio Nobel de la Paz de 1997 vino a realizar un manifiesto personal. Sin esquemas ni ánimos propagandísticos. Desde los primeros momentos dejó claro que "la paz tiene una mala reputación" y esa es su causa personal y su vida, como revelaba más tarde durante el debate: "¡Empiecen cambiando el mundo con una hora de voluntariado al mes! Yo empezé ejerciendo una hora como voluntaria al mes; pero para mí no era suficiente. No soy la madre Teresa de Calcuta, yo me hice activista porque me satisface de forma egoísta". Si bien, lamentablemente, no es posible transmitir el oscurantismo de sus palabras y la fuerza que cobrabran conforme avanzaban los minutos, dejó para el final un ejercicio positivo: "cuando algo nos importa podemos cambiarlo, podemos cambiar el mundo, podemos hacer que sea un lugar maravilloso".